Ecos

Tras el grito desesperado, solo hay respuesta del eco que repite el lamento.
Retumba en la caverna, repercutiendo la conciencia, y dirigiendo el llamado de auxilio a cada rincón vació.

Devolviéndolo, como un recuerdo que aumenta el dolor.
El eco devuelve un mensaje inteligible que no da sosiego.
Se conocen las silabas, no se comprenden las palabras, no surten su efecto, no ayudan a sanar la herida que grita desesperada.

El amor pierde su valor, y se convierte en una amalgama que causa terror.
El recuerdo que vuelve al ser dependiente de otra existencia perecida.
Un paño de agua tibia que solo alivia pero que no cura.
Solo el grito interno que despierta a la virtud original.
Encadenada en los brazos de Morfeo, trae consigo la paz que anhela el tiempo mismo.

La paz de los reyes.
La de los ermitaños que olvidan, sumidos en su misantropía, esa que nace del interior en el lenguaje del propio ser, y que cada ser comprende a su propio andar.
Ese lenguaje olvidado por la eterna marcha del infinito retorno.

Castigando la vanidad del hombre, con el olvido de su origen, lo vuelve un ser inerte, borrado de sentir y entregado al vicio que lo difumina en las arenas del tempestuoso pasado.



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