Esfumada


Observó su rostro demacrado frente al espejo, roído de óxido y suciedad, semejante a su ánimo. Cerro los ojos para olvidar la imagen, y se hecho un poco de agua en la cara para recuperar la soltura de los sentidos.
Al salir del baño, lo encontró, vestido, sentado en una esquina del sucio y desordenado colchón, con ese asqueroso gesto de repetida e inevitable culpa, esa que lo agobiaba cada vez que tenía que recompensar el servicio, y partir con el corazón en un hilo. Los billetes arrugados en su mano ahorraban las palabras y destrozaban el aprecio que las caricias habían construido, ahora estaba cargado de esa irreverente indiferencia que lo hacía tan detestable y repugnante.
Al arrebatarle de un tirón los billetes de la mano, cierto gesto de vacilación se dejó notar, quedando expuesta la falsedad de esa expresión de desprecio e indiferencia, y dejando en evidencia sus propias emociones.
Los pésimos actores, el absurdo escenario, y la terrible actuación, dejaban ver entre sus grietas, los sentimientos que solo se podían expresar entre las sabanas de un triste lecho, incapaces de ocultar en el instinto, sus verdaderas intenciones, esas que se refugian en el silencio del temor.
En el turbio ambiente de la habitación, la expectante calma, abría una inmensa brecha que pedía a gritos alguna palabra, un gesto, alguna señal que indicara que parte del patético guion era la que seguía.
Quien sería el próximo en herir.
Se encontró imaginando cosas totalmente distintas a las que vivía en esos días, perdida en una época lejana al entendimiento de su borrosa memoria. Se preguntaba saturada de nostalgia ¿Cómo había terminado en la oscuridad del humo de cigarrillos, consumidos como el tiempo y combinados con el hedor del perfume barato, y la luz tenue de un motel de mala muerte?
Recostada de pie, a un costado de la peinadora, se dejó llevar por sus recuerdos para escapar de semejante escena, y por un instante, olvido todo clavando la mirada en la escoria de una vela ahogada en su inmundicia. El humo de su cigarrillo la rodeaba en lentos anillos que la transportaban a otros días, a otros lugares,  un tiempo donde su cuerpo no estaba magullado, y dotado de cicatrices causadas por los pinchazos, que ya no intentaba disimular en sus delgados brazos, huyendo de su gris realidad.
El decidió romper abruptamente el silencio sin previo aviso, sin una expresión que advirtiera el fin de este, simplemente soltó cabizbajo en tono grave y arrogante.
-Es hora, debo irme.
Al volver a la realidad, sufrió al notar que le había dado la ventaja de concebir el valor suficiente para aplastar su vergüenza. Alzo la mirada, y dirigiendo todo el odio, y la rabia que podía sentir dentro de ella para fulminarlo, muerta de pánico le lanzo los billetes antes de gritar.
-Tu no vas a ninguna parte, tú me vas a escuchar atentamente, después si quieres te puedes ir al carajo.
El tragó hondo, y el poco valor que había tomado, desapareció para no volver. Ella tuvo que hacer acopio de un gran esfuerzo para no romper en llanto antes de comenzar a hablar.
-Se te acabo la puta. El carrusel se para aquí, ya está bueno de buscar  el calor de los pechos de tu madre entre piernas ajenas. No es justo que seas tan egoísta.
El respondió.
-¿Egoísta? ¿Y a ti que te ha faltado?
Ella alzo el dedo para hacerlo callar, respiro profundo, y a punto de romper en llanto dijo.
-Entiéndelo, ya es hora de seguir adelante. Ya basta de jugar a ser el hombre con las limosnas que ganas por tu trabajo. Para ir corriendo a buscar entre piernas el cariño que tú mismo te niegas. Piénsalo ¿No te has dado cuenta aun? ¿Acaso no eres capaz de sentir lo que mis manos te tratan de decir? Entiéndelo maldito seas, ellas no buscan tus centavos. En tu dinero no encuentro esa libertad que solo puedo conseguir entre tus brazos. Yo no quiero tu dinero, yo te quiero a ti.
Estupefacto y decepcionado, se reprochó internamente por no haberse dado cuenta antes. Habría huido como de ese compromiso innecesario.   Sin alzar la mirada se levantó, mientras dejaba caer los billetes en la cama con desdén. Ella se quedó mirándolo llena de rabia, y las lágrimas comenzaron a dejarse caer, manchando sus mejillas de negro. El camino hacia la puerta y estando tras el umbral con una mueca de sonrisa, se despidió.
El nudo en la garganta era insoportable.
El vacío en el pecho, una sensación de falta del equilibrio, y la sangre corriéndole a borbotones en la profundidad de su cuerpo semidesnudo la inundaron.
Furiosa y llena de impotencia rompió en un llanto histérico, sentada contra la puerta.
A medida que pasaban las horas, el frío se le colaba lentamente hasta los huesos aumentando su pena. Ese dolor, que la hacía sentir más sola. Rompía su voluntad y congelaba el tiempo entre las imágenes de sus cuerpos enredados.
¿Cómo podían pasar del amor al odio tan rápido? Les faltaba el alma en el cuerpo, ambos estaban muertos y sabían que lo único que entre ambos existía era rasgarse la piel con ira, con desespero, buscando lo que anhelaban de sí mismos en cuerpos ajenos, lo juzgaba por sus propias condiciones y lo sabía.
Eso no era amor, esa era un terrible vicio, como sus cigarrillos. La carne de ese hombre la hacía dentellar, imaginarlo le erizaba las piernas.
Era una maldición.
 Se levantó y camino hasta la peinadora, se secó las lágrimas y abrió la primera gaveta. El brillo plateado le provoco un leve espasmo en la piel. Su corazón latía con tanta fuerza que se sentía descontrolada y ansiosa, presa del pánico.
Vivir soportando todo ese dolor, o abandonar todo en un segundo, ese constante debate que existía en su mente. De sus ojos brotaba en forma de lágrimas la rabia, la tristeza, el fracaso, el final. Aquello que le hacía sentir tan frágil, tan cobarde y vacía.
Sin nada que perder, sintió el frío peso del metal sobre la cien, con el dedo pulgar tiro lentamente del martillo mientras su mano comenzaba a temblar desesperadamente. Acto seguido, inhalo con fuerza y en un acopio de valor, presiono el gatillo.
El traqueo que debía anunciar el golpe que inicia un viaje sin retorno, fue otra cosa. La confusión, el horror de no entender ese sonido hueco que se burlaba de ella. Una calidez en su abdomen y las lágrimas rodando por el jadeo de su rostro.
-No me quiero ir.
Balbuceo, mientras presionaba de nuevo una y otra vez el gatillo.
Llena de rabia estrello el cañón de la pistola haciendo trizas el espejo. Comprobó el tambor y al verlo vacío, se dio media vuelta y tropezó con el frente a frente. Había estado tan sumida en su encuentro con hades, que fue incapaz de notar su presencia. Él la rodeo con sus brazos, y la guardo en su pecho con delicadeza. Le tendió la mano colocando sobre ella seis capsulas  brillantes y sollozando le dijo.
-No lo valgo.
-La verdad es que nadie lo vale, no valgo tanto como tu vida por Dios entiéndelo. Entiéndelo o te haré entenderlo por las malas. Si tengo que quedarme para que lo entiendas, lo haré. Si tengo que hacerte pedazos el corazón para que sepas que solo soy un capricho, si es necesario ganarme tu oído. Quiero que sepas que lo haré. Pero no me permitiré dejarte acabar con la única oportunidad que tienes de volver a comenzar las veces que quieras. Tú vales más que este pobre diablo.
 Mucho más.
FIN
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